EL PERRO MÁS CHIQUITO DEL MUNDO
El abuelo le enseñó a vivir dentro de una caja de fósforo, donde el perrito podía orinar al pie de un árbol y mudar su pelaje y acatar las órdenes de no comerse los pájaros ni los saltamontes. Por fuera estaba tejido con estambres de regazo, tenía el color del séptimo día de la creación, algo turbio como el final de un camino. Cuando Emma lo vio, pensó que era el signo de una fórmula extraña en los mapas de la locura. Y el perrito no podía ser nombrado porque era una migaja de nube casi incomprensible. Su jadeo se escuchaba desde cualquier punto de la casa, y sus ladridos eran unas puntas de agujas fastidiosas y punzantes en los oídos, perturbadores del curso normal de la cotidianidad. Por dentro, el perrito tenía una armazón de cilindros y tuberías insondablemente compleja. Un fluido electroquímico semejante a un combustible rojo recorría una inmensa red de poblados y circuitos de historias distribuidos por la cara interna de la piel, engranadas a su vez a piezas mecánicas cuya cantidad de tornillos y arandelas era imposible escribir en cien cuadernos. La finalidad de este increíble andamiaje, era la de permitir que el perro aceptara las caricias, porque estas, como se sabe, si son infinitas. La niña solía sacarlo a pasear por las lomas de arrugas que la sábana dejaba sobre la cama, el perrito corría alegre, se dejaba caer por ellas, las subía con una extraordinaria rapidez y olisqueaba todos los puntos cardinales por donde la niña había dejado los rastros de su sueño. El perrito se entretenía mordisqueando el calor de Emma como si fuese un hueso de divina procedencia, y no se cansaba de lamer los restos de sonrisas dispersos por la sábana, porque esperaba, de un momento a otro, alcanzar el interminable brillo de la infancia.
UN TREN
Solo en los pasillos principales hay un ir y venir de encuentros; jamás dos personas pueden no encontrarse; aunque la única distancia que hayan mirado sea el mar. En trenes menos reales que este —esos que rechazan el silencio y se desplazan por rieles de hierro—, se les pregunta a los pasajeros si desean música o pesadillas; en el tren de Sarah, todos están embargados por un solo anhelo: llegar al final del viaje manteniendo intacta la alegría que las mariposas destilan bajo el sol.
La estación mantiene un ritmo de pulsaciones que empujan al tren hacia las entrañas de las casas, y la gran máquina de múltiples vagones se desliza por una intrincada red de vías llenas de alianzas, costumbres de misericordias y pequeños asomos de abismos. Cruza por ventanas que ostentaban las médulas de los muros y se adosa a las ondulaciones de los espejos y los muebles; arranca los espíritus que arman trampas en los rincones y sube y baja la espesura de las luces. Allí, en las casas, conoce el infinito porque se le añade un vagón en el que nunca se acaba el pan de compartir, y el tren sigue viajando hacia dentro…
PRIMERA NOCHE EN EL HOSPITAL
El hospital estaba cruzado por una amplia calle; por ella pasaban personas huyendo rumbo a las balas, al mareo de los barrios, mujeres apuradas, niños huérfanos mamando la pega de las noches, hombres de luto, gimiendo, padeciendo dolores que traspasaban el cuerpo y seguían más allá del alma, directo a la indiferencia de la historia. Allí vio nacer a un niño y morir a un anciano, la misma noche y a la misma hora. Y escuchaba cómo forcejeaban los humanos contra la fatalidad, vestidos de blanco, tratando de extraviar a la muerte hacia otra pureza. Allí escuchaba la persecución mortal de las bacterias que salían del quirófano, sacudían las paredes, se aferraban a los pulmones, destajaban los ojos, se incubaban en pequeños seres y convertían el sitio en un castillo de verdadero horror con sus demencias simuladas, con sus pasillos curtidos de gritos, auténticas crucifixiones que dialogaban con las dislocaciones de las piernas, los cuellos volteados hacia la miseria, los brazos quebrados por los celos y el cansancio de acunar el dolor una y otra vez. La bacteria era afectuosa con los algodones del silencio, con las amarras de la nada. Y Artemio iba de un pasillo a un banco, de un rechazo a la lástima; al igual que muchos otros, arrastraba consigo los cartones de la pernocta.
LA MUJER DE LAS CARTERAS
Bajo techos apenas alumbrados por las luces mortecinas de los postes cercanos, vi a la mujer de las carteras. Una señora de andar demorado y sombrío, ataviada por ciento diecisiete carteras y veinte bolsos de todos los tamaños, diseños y colores. Allí los tenía en hileras simétricas, recostados contra la pared. Bolsos de flores golpeadas por torbellinos, con un asa tipo aro y dos broches de aluminio. Un bolso donde vertió el rechazo de Dios y aceptó el amor por la deriva… Le colgaba uno de limo y areniscas, capaz de cargar los mensajes de los muros. Algunos eran memoriosos, ajenos a los sobresaltos del amor; otros eran idénticos a la dicha, rasgados por las abreviaturas de las ánimas. Unos confeccionados con fugas irrevocables, profundos como una ventana. Carteras que conducen a los templos, divididas en los diferentes instantes del silencio. Una para guardar la exactitud de la misericordia. Otras para proteger las lianas de los recuerdos, con lentejuelas de soledad y el maquillaje de una edad persistente. Carteras de dril, con mechas doradas y escondrijos para guardar asperezas. Unas servían para irse de viaje y anunciar el advenimiento de otras sombras; otras se podían utilizar para captar emociones lucífugas, con una urdimbre de cuero ilusorio y un departamento interno donde se incuba el escalofrío de las distancias. Más allá, bajo el techo del baño externo del hospital, instaló su cama de estropajos.
VOLCÁN CON OLOR A DUENDE: en la mitología nórdica se asegura que los duendes fueron los primeros seres creados por Dios, son eternos, y pueden aparecer y desaparecer a voluntad. Sus únicos y grandes defectos fueron la fascinación por el color del oro y por la burla. Jugueteaban y se burlaban incansablemente, sobre todo del dios Ukko, quien se parecía mucho a Vulcano: era tuerto y cojeaba de un pie. Sus grandes velocidades, no le permitían a Ukko atrapar a los duendes y estos se le subían al cuerpo y le clavaban en los ojos un millar de agujas de plata; además, lo enredaban y le hacían caer aumentando más las risas y los gestos de burla. Así fue como Ukko ideó un plan para vengarse de ellos y construyó un camino de oro hacia un volcán, cuyo cráter tapó con un enorme y fastuoso castillo. Les prometió que si no se burlaban de él habitarían allí para siempre y todo lo que tocaran se convertiría en oro de manera inmediata.
Obsesionados por la promesa aceptada y llenos de la mayor alegría, los duendes subieron el camino de oro y llegaron a la puerta principal del castillo, la cual era enorme, elaborada con piedras preciosas y marfil, al dar un paso hacia la sala la alfombra se abrió mágicamente y los duendes fueron cayendo al fondo del volcán. Los últimos duendes se dieron cuenta y huyeron haciéndose invisibles, se desperdigaron por la tierra, pero en un número muy escaso; aún se mantienen así por temor a la ira del dios. El dios Ukko metía la mano en el volcán y sacaba un duende, le daba forma de animal en sus moldes y luego lo engullía. Se dice que todavía quedan duendes calcinados en su interior, por eso, el volcán mantiene constantemente un humito que contiene el olor de sus pieles chamuscadas.
VOLCÁN DEL DIABLO: tiene forma de un gran ángel arrodillado mirando hacia las profundidades del alma de Dios. Su sonido parece decir palabras en arameo. El diablo entra por las grietas laterales y se esconde cuando ya no soporta tanta maldad ajena, vomita una sustancia incandescente, la cual representa su dolor y su falta de valentía para seguir ayudando al ser humano en su afán de destruir lo creado. El humo del volcán le ayuda a olvidar por breves instantes esa orden divina. Entonces en su pecho se abre un espejo y él puede observar el grado de horror que ha alcanzado su orfandad. Recobra sus fuerzas y se sumerge en su propia sustancia para adquirir el aspecto con el cual se le conoce.
PLUMAJE PECTORAL
Admiró tanto las migraciones, la convivencia de las aves con la deriva del viento; padeció tanto el rigor de los relieves: un vagabundear de antorchas en la urdimbre de la soledad, el rechazo a penetrar la entraña de la noche, y la condena a estar ligado a un cuerpo sin nombre; anheló tanto una membrana de vuelo para su espíritu que, un día cualquiera, mientras miraba el color de la lejanía, le brotaron desde el centro del esternón un desorden de plumas luminiscentes que ninguna otra fe ha podido extender entre la piel y el vacío. Así fue como ensayó una develación de prohibiciones y alcanzó la misericordia de las nubes; pero su anatomía ganaba peso con el luto que prometían los abismos. Y quiso profanar los árboles con la insistencia de su imagen, aunque su palabra abandonara la oquedad de los sonidos, prolongara una ambición de sentido y amenazara con invadir las sombras y convertirse en ligadura, sostén de la luz, caja de los días. Iba desnudo, asumiendo la desmesura de los pájaros, acrecentando un devenir de umbrales. Iba desnudo, como reclamando viejos escombros, acaso la constante acechanza de un amor perdido. Y ostentaba ese batir de espigas emplumadas en el pecho, a veces plateadas, como un incendio de cuchillos, casi siempre bermejas, como el instante de una herida.
ESPUELA DEL CALCÁNEO
En raras ocasiones fue usada para finalizar la agonía de la víctima, hundiendo su fuego en los diversos hospedajes de los pálpitos. Este órgano sirvió: para aferrarse a los costados de las montañas, escarbar en la aridez, desentrañar el cadáver de pequeños animalejos. Estaba incrustado en una base interna carente de terminaciones nerviosas, esto, precisamente, le permitía al humano dar fuertes embestidas contra las superficies rocosas, además de soportar que la espuela se partiera sin causar ningún tipo de dolor. Era un garfio ardido con semblante de signo, afilado en la punta donde moraban y se evaporaban los vértigos. En la parte central, apenas se notaban cinco gránulos que ostentaban el color de la primera sangre; su funcionalidad anatómica pudo haber sido puramente decorativa. El huesecillo parecía contener una protesta vidriosa, capaz de evitar la caída y, con esta, la vergüenza. Aunque se regeneraba espontáneamente, cada vez lo hacía con más lentitud y con menos belleza. En su lugar quedó un hueso de forma redondeada que aún intenta continuarse hacia el lado exterior del pie.
Estos textos están incluidos Manchas de Brevedad, de Arnaldo Jiménez,EOS Villa,2025.
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Arnaldo Jiménez, La Guaira, 1963. Poeta, narrador, ensayista, articulista y corrector. Licenciado en educación en la especialidad de Ciencias Sociales por la Universidad de Carabobo. Maestro de aula desde el 1991 hasta el 2014. Es miembro del equipo de redacción de la Revista internacional de poesía y teoría poética: “Poesía” del Departamento de Literatura de la Dirección de Cultura de la Universidad de Carabobo, así como de la revista de narrativa Zona Tórrida, de la misma Universidad. Corrector de estilo de la Revista de Ingeniería de la Universidad Central de Venezuela y de Rubiano Ediciones.
En poesía ha publicado: Zumos (2002). El silencio del agua (Recopilación y notas. 2007). Tramos de lluvia (2007). Caballo de escoba (2011). Luz Amontonada (2012). Álbum de mar (2014). Salitre (2014). Resurrecciones (2015). Ráfagas de espejo (2016). Truenan Alcanfores (2016). Álbum de mar (2da edición, 2021). El gato y la madeja (2021). Truenan Alcanfores (2da edición, 2021). Inventario para el más allá (Venezuela-Ecuador, 2021). Dama de noche (2024). En narrativa ha publicado: Chismarangá (2005), “El nombre del frío”, cuento infantil ilustrado por Coralia López Gómez (Editorial Vilatana CB, Cataluña, España, 2007). Orejada (2012). El silencio del mar (2012). El viento y los vasos (2014). La roza de los tiempos (2014). El muñequito aislado y otros cuentos (2015). Clavos y duendes (2016). Maletín de pequeños objetos (Bogotá, 2019). La rana y el espejo (Perú, 2020). El viento y los vasos (2da edición, 2021). El libro de los volcanes (2021). El Ruido y otros cuentos de misterio (2021). 20 Juguetes para Ema (2021). Un circo para Sarah (2021). Ysabel (Novela, 2024). En ensayo ha publicado: La raíz en las ramas (2007). La honda superficie de los espejos (2007). Breve tratado sobre las linternas (2016 y 2021). Y los libros de aforismos: Cáliz de intemperie (2009) y Trazos y borrones (2014).
Primer premio en el concurso nacional de cuentos Fantasmas y aparecidos clásicos de la llanura en el 2002. Premio nacional de las artes mayores 2005.Obtuvo dos premios nacionales del libro región centro occidental por El silencio del agua y La honda superficie de los espejos en el 2008. Recibió la orden Juan Antonio Segrestaa en el 2008.Mención especial en el concurso nacional de cuentos Salvador Garmendia 2010. Finalista en el concurso nacional de microficción Los desiertos del ángel 2010. Finalista en el concurso nacional de cuentos Guillermo Meneses 2011. Mención especial en el concurso nacional de poesía Festival mundial de poesía 2011. Finalista en el concurso de microcuentos, Cada loco con su tema, México,2012. Premio nacional de poesía Rafael María Baralt 2012. Premio Nacional de poesía Stefanía Mosca 2013.Premio nacional de poesía bienal Vicente Gerbasi,2014. Premio nacional de poesía Rafael Zárraga,2015. Ha publicado en diferentes periódicos nacionales y en revistas literarias de Perú, Argentina y España. Es columnista del diario Ciudad Valencia, Edo. Carabobo, Venezuela.